VENEZUELA
ABADÍA DE SAN JOSÉ
Somos una de las comunidades monásticas pertenecientes a la Congregación Benedictina de Santa Otilia, fundada en Caracas, Venezuela, en 1929. Con el correr de los años la capital fue creciendo hasta rodear la Abadía y, dado que el ruido (típico de las ciudades) no favorecía el estilo de vida de los monjes, la comunidad se vio obligada a buscar un lugar más adecuado a su trabajo y a sus necesidades. A comienzos de los años 90, en una zona rural en sintonía con una naturaleza casi virgen, la comunidad se estableció en Güigüe, una pequeña ciudad ubicada a 150 kilómetros de Caracas.
Nuestra comunidad cuenta con unos diez miembros, cuatro de los cuales están en periodo de formación.
La crisis que sacude al país desde hace años está afectando seriamente la vida diaria de nuestra comunidad; y ello a muchos niveles. La situación económica, los problemas sociales, la crisis política permanente, la inseguridad, han tenido unas consecuencias devastadoras para la gente de este país; y también, evidentemente, para nuestro monasterio.
Desde esta esquina del planeta, en plena pandemia y ahogados por una crisis interminable que no toca fondo, la comunidad de monjes procura continuar con su vida a la búsqueda permanente de Dios.
Desde esta esquina del planeta, en plena pandemia y ahogados por una crisis interminable que no toca fondo, la comunidad de monjes procura continuar con su vida a la búsqueda permanente de Dios.
Mientras tanto, en medio de nuestras tareas cotidianas, seguiremos deteniéndonos para elevar nuestras plegarias al cielo por este sufrimiento, pero también llenos de esperanza.
REFLEXIÓN
Todo el mundo ha parado. El Camino de Santiago está parado en su propio camino y está ahí a la espera. Está todavía completamente parado. En razón del coronavirus, todo el mundo está conteniendo el aliento. Sólo el silencio fluye en un profundo silencio. Es la primera vez que sucede algo así. Es algo verdaderamente excepcional. El 15 de marzo, el Camino “puso fin”. Después de un largo invierno, llegó la primavera –una estación dinámica en la que todas las cosas cobran vida- y ahora ha llegado el verano; sin embargo, el silencio de la parada de este año sigue fluyendo por el Camino.
Un hermano del monasterio me dijo: “En cierto modo este es un año sabático que el Señor nos ha concedido”. Es un momento para cambiar de perspectiva a la hora de mirar la misma realidad.
Pararse es parecido al silencio. No moverse no es un silencio vacío; más bien puede ser un silencio lleno de sentido. Es una oportunidad para reflexionar sobre nuestros orígenes, retornando y ahondando internamente en el silencio que emerge de una parada profunda, cuando la vida se torna suave y humilde. Estar parado no es estar inactivo. En el silencio de una parada activa, todas las cosas, incluido uno mismo, retornan a su fuente, a la raíz de todas las cosas.
Sólo cuando paramos podemos volver la mirada sobre nuestros pasos. No podemos ver lo que hay detrás de nosotros cuando estamos avanzando. No, no tenemos tiempo de mirar atrás ni tampoco intención de hacerlo. Porque la mente está concentrada únicamente en ir hacia delante. Un peregrino me dijo: “Cuando me detuve y me volví para mirar el camino recorrido había charcos de agua. ¡Esos charcos eran las lágrimas catárticas que había derramado durante innumerables días! ¡No solo un charco sino muchos charcos de lágrimas! Terminado el periodo de fracaso y sufrimiento, siento que mi corazón está cansado, algo que había olvidado. He caminado mucho. Estoy también orgulloso de mi mismo; me consuela.
Parar nos permite ver la sociedad y el mundo más allá de los límites de uno mismo. En la actualidad, un asunto de mucha importancia que se conoce como “seguridad humana” empieza a ser objeto de debate. Hasta la fecha, el término “seguridad” solo parecía referirse a la “seguridad militar”. Pero ahora el concepto de “seguridad” también hace referencia a la protección de la humanidad y de la vida humana. Para alcanzar la seguridad humana una sociedad necesita activar un robusto sistema público capaz de conseguirla y protegerla. Por ello, necesitamos imperiosamente la voluntad declarada y el empeño de los gobiernos y de los líderes políticos para que esto sea algo más que sólo palabras.
Cuando nos paramos, podemos unir las manos en oración. En primer lugar, puedo hallar consuelo en la oración. Pero no soy yo quien me consuelo. El que me hizo es El que me consuela a través de la oración. En segundo lugar, podemos rezar por otros más allá de nosotros mismos. Sólo en la oración solitaria llegamos a ser uno. A causa del coronavirus oímos hablar de la muerte a diario. Así pues, puedo también experimentar mi propia muerte por adelantado. Con las manos vacías, no tengo más opción que rezar. De nuevo compruebo que soy débil. El “yo” llega a este mundo con las manos vacías y en algún momento deja el mundo también con las manos vacías. Rezamos para que el alma regrese a su fuente. Compartimos el dolor del alma en nuestra humilde plegaria. En la oración también compartimos el dolor de las familias que han perdido a sus seres queridos. Tengo el rosario entre las manos y hoy rezo por todos los enfermos y por todos los que los cuidan.
Esa verdad de que todos somos peregrinos se pone de manifiesto en el silencio de nuestra parada. Vamos al encuentro de Alguien que está siempre esperándonos. Sabemos Quién es el camino y dónde está la meta. El Camino es Jesucristo. Él es el Camino que estamos recorriendo y que nos lleva a nuestra meta, a Dios, nuestro Padre Celestial. De camino a Emaús, dos discípulos instan al Señor: “Quédate con nosotros porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24,29) Después de reconocer a Jesús, los dos discípulos comentan: “¿No ardía nuestro corazón en nuestro interior cuando nos hablaba en el camino y nos iba explicando las Escrituras? (Lc 24,32) Habían comprendido que Cristo había caminado a su lado en medio de la oscuridad, el dolor y las dificultades. Habían conocido a Cristo, el Peregrino, en el camino. Cristo vino de Dios como un peregrino, recorrió el mundo y retornó al Padre (Jn 16,28). También nosotros somos peregrinos que venimos de Dios y retornamos a Dios.
Una parada espiritual nos permite comprender qué es lo más importante en nuestras vidas. Sólo cuando estamos firmemente asentados en Dios, tenemos todo. Seamos humildes ante el Señor.
Dios nos está apartando de los valores de este mundo. En el silencio de una iglesia o en nuestro hogar podemos hacer examen de conciencia y así purificar lo que nos impide escuchar con claridad la Voz de Dios. Sinceramente le pedimos a Dios que nos diga lo que quiere y espera hoy de nosotros. Él, y solo Él, es todo lo que necesitamos.
Recemos con Santa Teresa de Ávila:
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia todo lo alcanza;
quién a Dios tiene
nada le falta:
sólo Dios basta.
ORACIÓN
Padre santo, fuente de sabiduría y bondad, ilumina nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos ver la luz que acompaña nuestro caminar; que en los momentos de oscuridad nuestras caídas no se tornen en desencanto sino en nuevos impulsos para alzarnos y comenzar de nuevo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Gracias a todos vosotros por poneros en Camino; gracias también por ser parte de este pequeño proyecto; gracias por vuestra oración, por vuestra ayuda y por vuestra compañía.
Con tu ayuda contribuirás con bolsas de comida, material sanitario, suministro de agua, kits de limpieza…
Hasta la semana que viene!