COLOMBIA
MONASTERIO DE SAN BENITO EL ROSAL
El Rosal está situado en la provincia que rodea la capital de Colombia, Bogotá, una metrópolis de unos 10 millones de habitantes. La zona de El Rosal está a unos 20 kilómetros de Bogotá y se conoce como «El bello Jardín de Rosas y Flores «. En esta zona se cultivan muchas flores.
Actualmente la comunidad cuenta con 12 miembros: 8 de ellos son miembros permanentes que han hecho los votos perpetuos (5 sacerdotes y 3 hermanos). Además hay 4 miembros en formación, un novicio y 3 postulantes.
Durante el día los monjes se dedican a una diversidad de trabajos dentro del recinto del monasterio. Lo hacen por un doble motivo: para ganarse la vida y para consagrar sus fuerzas a Dios y en beneficio de las personas a su alrededor. Acogen en la comunidad a las personas que desean experimentar su hospitalidad, recobrar fortaleza espiritual durante unos días de retiro o bien buscar el consejo de algún padre espiritual. Con frecuencia los sacerdotes administran el sacramento de la reconciliación a las personas que desean superar todo lo que han errado en sus vidas.
La comunidad se gana la vida principalmente mediante el trabajo realizado en los talleres. Desde hace tiempo la carpintería fabrica todo tipo de mobiliario litúrgico y doméstico generando notables ingresos para la comunidad. Además dirigen un pequeño taller de encuadernación y de pintura de iconos. Este taller fabrica igualmente recipientes sagrados para la liturgia.
En atención al cuerpo cocemos pan integral y hacemos yogur, kefir y queso. Los hermanos jóvenes, todavía en periodo de formación, se ocupan del huerto.
Retos:
Constantemente sentimos el reto de cómo proporcionar una formación sólida y profundamente bíblica a los jóvenes que desean entrar en nuestra comunidad. Esta formación debe prepararlos para la vida en comunidad, teniendo presente tanto sus talentos como las necesidades de la comunidad con el objetivo de mejorar áreas de la administración, el servicio que la gente necesita y la verdadera vida espiritual.
Proyectos:
Para afrontar estos retos hemos estado planificando y debatiendo sobre cómo intensificar y redoblar nuestros esfuerzos ofreciendo una verdadera aportacion espiritual a nuestros huéspedes y lograr, en cursos-retiro, que se sientan acogidos y ayudados en sus necesidades personales. Al mismo tiempo nos preocupa el desarrollo humano y profesional de nuestros aprendices en los talleres. Deberíamos capacitarlos para crecer personalmente y para que puedan sostenerse ellos y sus familias.
Asimismo nos preocupa cómo crear y mantener una fuente estable de ingresos para nuestra propia comunidad que alcance también para cubrir el servicio que prestamos a la gente.
REFLEXIÓN
Porque anochece ya,
porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino,
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.
(Himno de visperas)
Debemos admitirlo: la soledad no tiene buena prensa por más que en 1685 Henry Purcell la inmortalizase como excelsa compañía: Oh, solitude, my sweetest choice! En nuestros oidos resuena más bien, y desde tiempo inmemorial, la conocida admonición bíblica: No es bueno que el hombre esté solo (Gen 2,18). Y los seres humanos hemos intuido siempre que no nos irá mejor solos que (preferentemente) bien acompañados. Además, la biología ya se encarga de hacernos ver que todos somos fruto de la compañía.
Por otra parte, especialmente en entornos religiosos, se tiende a potenciar lo comunitario frente a elecciones más eremiticas; y en la historia de la iglesia no ha sido rara durante siglos una mirada de sospecha sobre aquellos que, por una u otra razón, elegían la soledad. Afortunadamente los grandes solitarios de una u otra especie nunca nos han faltado ni han caído precisamente en el olvido. Pensemos en San Antonio abad, en Juliana de Norwich, en Thomas Merton. Por no hablar de la soledad en la historia del arte, de la literatura, de la música. Si todas esas soledades han sido en vano, cabe preguntarse cuál ha sido históricamente el fruto de la vida social y del ajetreo de la muchedumbre.
Y es que, guste o no -de forma temporal o más permanente, segun la vocación de cada uno-, la soledad es inseparable del camino -¡y ya no digamos del camino espiritual! Y es así porque la soledad está en el origen mismo de la llamada… y de la salida. Algo o alguien nos convoca. Algo o alguien hace que nos pongamos en camino. La llevaré al desierto y le hablaré al corazón (Os 2,14). Que es tanto como decir: la llevaré a la soledad.
Ocurre que la soledad parece estar especialmente capacitada para afinarnos el oído y afianzarnos en la escucha. Aporta claridad y discernimiento. Libera de la tiranía social y de la dependencia del qué diran. Nos entrena para la contingencia y nos fortalece para el combate. Sólo la soledad mantiene a raya nuestro ego lleno de autocomplacencia, orgullo y vanidad. La soledad, en definitiva, nos deja al desnudo. Con todo, la Soledad no está tan sola como parece. Le gusta acompañarse del Silencio y de la Simplicidad. ¡Una trinidad muy fiable!
Sin esta confrontación radical con nosotros mismos y con el misterio, no parece que podamos avanzar en el camino espiritual. Y, si lo hacemos, será un camino por decirlo asi, de segunda mano: obra del relato de otros y de la experiencia de otros. Porque ¡qué fácil es autoengañarse! ¡Qué fácil, por ejemplo, rezar a un perfecto desconocido al que, sin embargo, nos hemos acostumbrado por tradición a llamar…Dios! La soledad no está para esas triquiñuelas. Job cayó del guindo precisamente en el momento de mayor soledad y despojamiento, cuando comprendió que en realidad nunca había sabido con quien se estaba midiendo. Y, avergonzado, exclama: Yo te conocía sólo de oídas (42,5). También nosotros puede que tan sólo le conozcamos de oídas. Thomas Merton no es nada complaciente al respecto: Sólo Le conocen aquellos que han abandonado toda falsedad y toda ensoñación y toda jactancia y toda pantomima. La soledad sirve para eso: para librarnos de esos impostores indeseables. Para averiguar que lo Ininteligible -a saber, el camino de la cruz (¿es que hay otro?)- no puede recorrerse con la cabeza sino sólo con el corazón. Y que sólo en el desierto será el corazón capaz de dejarse purificar por un Misterio que, en el mejor de los casos, invita reiteradamente al abandono confiado y al anonadamiento. La soledad sirve para saber a qué sabe la soledad, el abandono, la impotencia. Sirve para advertir que sin ÉL no podemos hacer absolutamente nada. Entonces, y solo entonces, nos advierten los místicos, cuando seamos puro desierto, puro vacío, pura receptividad, y solo entonces, sabremos -no, experimentaremos- que en el camino que estamos recorriendo, por más que todo tantas veces nos turbe y nos espante, no estamos ni estaremos nunca solos. Otra cosa es que nos cueste mucho creer, ¡gente como somos de dura cerviz!, que ÉL está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo! (Mt 28,20).
Despidámonos, pues, con las palabras de una curtida ermitaña contemporánea: pese a su pésima reputación, la soledad nos abre a la comunión con Dios, con nuestro ser más profundo, con el prójimo, con la belleza y con el misterio.
ORACIÓN
Dios, Padre de todo bien, rico en amor y misericordia. Mira a esta pequeña parte de tu iglesia, reunida en fraternidad y caridad. Lleva a perfección lo que has comenzado en nosotros para que no antepongamos nada a Tí, Padre celestial, y te sirvamos fielmente en nuestros hermanos y hermanas, en un espíritu de amor y con un corazón humilde. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Gracias a todos vosotros por poneros en Camino; gracias también por ser parte de este pequeño proyecto; gracias por vuestra oración, por vuestra ayuda y por vuestra compañía.
Con tu ayuda contribuirás con bolsas de comida, material sanitario, suministro de agua, kits de limpieza…
Hasta la semana que viene!