Camino online IX
julio 26, 2020
Camino online XI
agosto 8, 2020
Show all

Camino online X

AFRICA DEL SUR

INKAMANA

La abadía se estableció como misión el 3 de agosto de 1922, después de que la congregación de Santa Otilia recibiera el permiso para hacer trabajo misionero en la Vicaría Apostólica de Natal. Al frente de la misión estaba el vicario apostólico Thomas Spreiter, que había estado trabajando en la zona alemana al este de África desde 1900. Con la ayuda de las Hermanas Benedictinas de Tutzing, se construyó una escuela de secundaria donde Spreiter enseñaba religión. Un monasterio de nueva planta fue completado en 1949 y se consagró una iglesia en 1953.

El 21 de junio de 1968 el monasterio fue elevado al rango de priorato conventual y el 25 de febrero se convirtió en abadía. Desde el 29 de junio de 1998 los monjes de la abadía también supervisan la antigua casa de misión de las Misioneras Oblatas de María Inmaculada, la casa de San Bonifacio Waldfrieden, a 50 kilómetros al noroeste de Windhoek, donde trabajan con las Hermanas Benedictinas Misioneras de Tutzing. En 1992 se fundó en Howick una escuela de formación para los monjes jóvenes de Inkamana y fue trasladada a la vecina Cedara en 1998.

Situado en el corazón de Zululand, la escuela de secundaria de Inkamana empezó a funcionar el 2 de febrero de 1923 como una escuela intermedia con una única clase de 5º grado a cargo de las Benedictinas Misioneras de Alemania. La nueva escuela tenía 15 alumnos, 4 chicos y 11 chicas. Pagaban seis peniques al mes por las tasas escolares y traían productos de granja y de huerta para pagar el alojamiento. En la actualidad, hay 200 alumnos matriculados y una clase por grado.

La escuela de secundaria de Inkamana proporciona una educación holística y, además de brindar una buena formación académica, la escuela tiene como objetivo enseñar a los alumnos a vivir como una comunidad fundada en el respeto y la responsabilidad mutuas. Se espera que los alumnos vean su educación no solo como un medio para su desarrollo personal sino también como un signo de confianza y responsabilidad para trabajar por el bien de sus semejantes. 

REFLEXIÓN

2 AGOSTO

Sufrimiento y muerte

Christine Gieraths

Corona -este es el otro nombre del virus Covid-19. ‘Corona’ en español e italiano, ‘Krone’ en alemán, ‘crown’ en inglés, ‘couronne’ en francés, ‘coroa’ en portugués. Qué extraño, fue lo primero que pensé: un virus destructivo lleva el nombre de un signo del poder y la dignidad de un soberano, un círculo dentado con frecuencia decorado con piedras preciosas, un aro ancho de metal precioso, habitualmente fabricado en oro. Bajo el microscopio electrónico resulta evidente la razón por la cual el virus lleva este nombre: una estructura esférica en cuya superficie hay unos pequeños capullos en forma de corona sobre incontables tallos cortos. Estos son los lugares por los que el virus puede atacar a las células sanas. Estos pequeños tallos con sus capullos están además recubiertos de una capa de azúcar. Esta capa hace más difícil que nuestras células inmunes lleguen a reconocer el peligro que se oculta debajo de ella. ¡Este virus está realmente bien camuflado!

Foto: Surface of the CoV-2 virus. One molecule of the spike protein is shown translucently to emphasize its complex spatial structure. © MPI f. Biophysics

A medida que la situación en China fue mostrando lo destructivo que era el virus, tuve la intuición de que afectaría también a otros países, Europa incluida. Y, como en otras ocasiones, pensé: el camino que nos espera va a ser difícil. Me hace recordar mi Camino, hace ya muchos años. Recorría paisajes hermosos y apacibles y, unas horas más tarde, el terreno podía convertirse en una escarpada montaña de roca maciza o en una meseta árida aparentemente interminable, calurosa, sin agua. Y caminaba con la incertidumbre de saber si lo lograría.

Foto: CDC / Unsplash

Adiós a los paisajes bonitos: fue lo que sentí cuando me despedí de mi madre en marzo. Vive en una residencia de ancianos. Pocos días después de mi visita a los familiares ya no se les permitía entrar en el recinto. Tiene más de 90 años y tiene problemas de vista y de oído a pesar de las gafas y del audífono. Por teléfono podemos intercambiar una o dos frases, tres, no mucho más. Acierta a leer los titulares de los periódicos con una lupa. La señora que habitualmente le lee tampoco puede entrar en su habitación. Mi madre está recluida en ella, sin contactos. Me siento agradecido al personal sanitario que trabaja allí. Y, sin embargo, para mi madre y otros ancianos esta reclusión parece un régimen de prisión incomunicada.

Adiós a los entornos familiares: fue lo que sentí cuando mi empresa envió a todos los empleados a trabajar en casa, a todos los no “indispensables para los negocios”. Desde ese momento, el contacto se limitó exclusivamente al teléfono y al ordenador.

Adiós al instrumental conocido, probado y testado: nunca he sido un fan de las videoconferencias. El equivalente personal y directo tiene una calidad insuperable. Ninguna tecnología, visual o audio, se le acerca. Y, sin embargo, como en el Camino, cuando se aflojan las costuras de las cómodas y gastadas botas de senderismo o de repente se rompe la suela, procuras encontrar alivio en lo que hace de recambio. No hay un zapatero remendón disponible, las sandalias en la mochila no le proporcionan al pie un agarre estable y algunos guijarros pueden a veces colarse dentro. Entonces, cada paso es un tanteo atento, los pasos se hacen más cortos, más precavidos. Pongo el pie en el suelo con más atención. Doy los pasos con más precisión. Tengo que caminar más despacio -aunque, a la vez, me gustaría abandonar esta zona del modo más rápido posible. Y en mi situación de oficina en casa, me siento repentinamente satisfecho y hasta agradecido por las posibilidades que me brinda la videoconferencia. Y lo valoro: sigo trabajando, puedo trabajar.

“Puedo lograrlo”, me digo a mí misma, me convenzo a mí misma. Quiero demostrarme que soy capaz.

Trabajo más de lo habitual: es bueno distraerse. Y, trabajando desde casa, puedo demostrar que trabajo solo si ‘produzco’ algo. Y produzco largos correos electrónicos, análisis, conferencias. Hago cursos de técnicas de videoconferencia, participo en reuniones por video, desarrollo estrategias, paso información, hago llamadas telefónicas hasta que las orejas se me ponen rojas…Al finalizar mi primera semana de trabajo desde casa comprendo que no puedo seguir así. Caigo en la cuenta de que, para no sentir lo asustado que estoy, estoy trabajando al límite y más allá.

En el Camino recuerdo que al principio tenía un horario estricto: al menos 25 kilómetros al día, de otro modo no llegaré a Santiago a tiempo. También me levanto temprano, al amanecer, porque temo que de otro modo no encontraré una cama al finalizar la etapa. Solo dos semanas más tarde me rindo a la evidencia: no puedo seguir así, estoy exhausto, no emprendí el Camino para esto. Así que me detengo en Burgos. Paro unos cuantos días en un monasterio. Cuando reanudo el Camino, voy a mi aire y siento cuándo el cuerpo me da la señal de parar. Y lo sé: Santiago seguirá ahí el año que viene. Me lo tomo con calma. Estoy conmigo mismo. La divinidad me sonríe.

Después de una semana de trabajo desde casa, caigo en la cuenta: si trabajo al límite, no estoy conmigo mismo, no estoy presente…A partir de la próxima semana, empezaré el día con la misa televisada del Papa. No trabajaré más de ocho horas. Ahora estoy conmigo mismo. Estoy presente. La divinidad me sonríe. 

“Puedo lograrlo”, me digo a mí mismo en estos días del Corona, me convenzo a mí mismo. Quiero demostrarme que soy capaz. Entonces llega la noticia de las infecciones por corona en la residencia de mi madre. Me abruma la impotencia. Por primera vez durante la pandemia siento miedo. No puedo hacer nada. 

Hace muchos años, en el Camino, cogí en una ocasión un atajo campo a través. Lejos del sendero, me topé con una franja de moras a poca altura que bordeaba el campo. Cogí carrerilla para saltar por encima y aterricé un metro y medio más abajo en una zanja seca de irrigación, hecha de paredes lisas de cemento, en medio de unas tupidas zarzamoras. Las espinas de las gruesas ramas sobresalían en mis piernas y brazos. Cada movimiento: un océano de dolor. Y ahí estaba: el miedo. La impotencia. No podía hacer nada. 

Al igual que en la zanja, el miedo me invade: ¿Sobreviviré a esta pandemia? ¿Sobrevivirá mi madre? En la zanja, después de unos minutos eternos, lo recordé: tengo una pequeña navaja de bolsillo. Me libero tras una media hora que se me hace interminable. Por fin logro escapar con una oración flecha y la ayuda de un manojo de hierbas secas al borde de la zanja desde donde consigo impulsarme hacia arriba. Y ahora, como entonces, lo sé: no puedo caer más abajo que en las manos de Dios. Y mi madre tampoco.

La epidemia del Corona continúa. Un día se relajarán las medidas restrictivas. Después, poco a poco, primero con las mascarillas, volveremos a salir. Y, si hay medicación, si hay vacuna, tornaremos a una “normalidad” diferente. Percibiremos con más claridad lo que es realmente importante, lo que realmente necesitamos.

Hace muchos años, al terminar mi Camino, lo supe por mí misma: puedo vivir bien con apenas ocho kilos de equipaje. Veremos más claramente todo lo que se nos da. Sobre todo, el don de la cercanía, el don que es nuestro vecino, la persona a nuestro lado. Y acaso también, para muchos de nosotros, el don de la cercanía a lo divino.

ORACIÓN

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

Gracias a todos vosotros por poneros en Camino; gracias también por ser parte de este pequeño proyecto; gracias por vuestra oración, por vuestra ayuda y por vuestra compañía.

DONATIVO

Con tu ayuda contribuirás con bolsas de comida, material sanitario, suministro de agua, kits de limpieza…

Hasta la semana que viene!