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Retiros en el Camino – Emaús

Camino de Emaús

Sábado de la 1ª semana de pascua

10 de abril

Dirigido por los PP. Javier Aparicio y Juan Antonio Torres

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Horario del retiro

Desde las 10.15 conexión via Zoom para comenzar

10.30am LIVE  Oración inicial e introducción

   VÍDEOS – Para visionar en cualquier momento (website).

13.15 LIVE  Hora Intermedia

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Para la reflexión

13 Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; 14 iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 15 Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16 Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17 El les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. 18 Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». 19 Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20 cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. 22 Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, 23 y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. 24 Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». 25 Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». 27 Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. 28 Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; 29 pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. 30 Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31 A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32 Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». 33 Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34 que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». 35 Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Los discípulos de Emaús

1. Durante estos días se lee la resurrección del Señor según los cuatro evangelistas. Es necesaria la lectura de todos, porque ninguno de ellos lo contó todo, sino que uno narró lo que el otro pasó por alto y, en cierto modo, unos dejaron espacio a los otros para ser todos necesarios. El evangelista Marcos, cuyo evangelio se leyó ayer, indicó brevemente lo que Lucas relató con mayor abundancia de datos, sobre dos discípulos que ciertamente no pertenecían al grupo de los Doce, pero eran, no obstante, discípulos2. Cuando iban de camino, se les apareció el Señor y se puso a caminar con ellos. Marcos dijo solamente que se apareció a dos que iban de viaje; Lucas añadió qué les preguntó, qué les replicó, hasta dónde caminó a su lado y cómo lo reconocieron en la fracción del pan. De todo esto hizo mención, como acabamos de escuchar.

2. ¿Por qué nos detenemos en esto, hermanos? Aquí se construye el edificio de nuestra fe en la resurrección de Jesucristo. Ya creíamos cuando hemos escuchado el evangelio; creyendo ya, hemos entrado hoy en este templo y, sin embargo, no sé cómo, se escucha con gozo lo que refresca la memoria. ¿Cómo es que queréis que se alegre nuestro corazón, cuando nos parece que somos mejores que aquellos que iban de viaje y a los que se apareció el Señor? Creemos lo que ellos aún no creían. Habían perdido la esperanza, mientras que nosotros no dudamos de lo que ellos sí. Una vez crucificado el Señor, habían perdido la esperanza; así resulta de sus palabras cuando él les dijo: ¿Cuál es el tema de conversación que os ocupa? ¿Por qué estáis tristes? Ellos contestaron: ¿Sólo tú eres forastero en Jerusalén, y no sabes lo que allí ha acontecido? Y él: ¿Qué? Aun sabiendo todo lo referente a sí mismo, preguntaba, porque quería estar en ellos. ¿Qué? -preguntó-. Y ellos: Lo de Jesús de Nazaret, que fue un varón profeta, grande por sus palabras y obras. Ved que nosotros somos mejores. Ellos decían que Cristo era un profeta, nosotros lo hemos reconocido como el Señor de los profetas. Fue -dicen- un varón profeta, grande por sus palabras y obras. Y cómo lo crucificaron los jefes de los sacerdotes, y he aquí que han pasado ya tres días desde que todo esto sucedió. Nosotros esperábamos. Esperabais: ¿ya no esperáis? ¿A eso se reduce toda vuestra condición de discípulos? Un ladrón en la cruz os ha superado: vosotros os habéis olvidado de quien os instruía; él reconoció a aquel con quien estaba colgado. Nosotros esperábamos. ¿Qué esperabais? Que él redimiría a Israel3. La esperanza que teníais y que perdisteis cuando él fue crucificado, la conoció el ladrón en la cruz. Dice al Señor: Señor, ¡acuérdate de mí cuando llegues a tu reino!4 Ved que era él quien había de redimir a Israel. Aquella cruz era una escuela; en ella enseñó el Maestro al ladrón. El madero de un crucificado se convirtió en cátedra de un maestro. Quien se os entregó de nuevo, devuélvaos la esperanza. Así se hizo. Recordad, amadísimos, cómo el Señor Jesús quiso que lo reconocieran en la fracción del pan aquellos cuyos ojos estaban incapacitados para reconocerlo. Los fieles saben lo que estoy diciendo; conocen a Cristo en la fracción del pan. No cualquier pan se convierte en el cuerpo de Cristo, sino el que recibe la bendición de Cristo. Allí lo reconocieron ellos, se llenaron de gozo, y marcharon al encuentro de los otros. Los encontraron conociendo ya la noticia; les narraron lo que habían visto, y entró a formar parte del evangelio5. Lo que dijeron, lo que hicieron, todo se escribió y llegó hasta nosotros.

3. Creamos en Cristo crucificado, pero en el que resucitó al tercer día. Esta fe, la fe por la que creemos que Cristo resucitó de entre los muertos, es la que nos distingue de los paganos y de los judíos. Dice el Apóstol a Timoteo: Acuérdate que Jesucristo, de la estirpe de David, resucitó de entre los muertos, según mi evangelio6. Y el mismo Apóstol dice en otro lugar: Pues, si crees en tu corazón que Jesús es el Señor y confiesas con tu boca que Dios lo resucitó de entre los muertos, sanarás7. De esta salud hablé ayer. Quien crea y se bautice sanará8. Sé que vosotros creéis; seréis sanados. Retenedlo en vuestro corazón y profesad con vuestra boca que Cristo resucitó de entre los muertos. Pero sea vuestra fe la de los cristianos, no la de los demonios. Ved que os presento una distinción; una distinción mía, pero que os la propongo según la gracia que Dios me ha dado. Una vez que la haya establecido, elegid y amad. Yo dije: «Esta fe por la que creemos que Jesucristo resucitó de entre los muertos, es la que nos distingue de los paganos». Pregunta a un pagano si fue crucificado Cristo. Te responde: «Ciertamente». Pregúntale si resucitó, y te lo negará. Pregunta a un judío si fue crucificado Cristo, y te confesará el crimen de sus antepasados; confesará el crimen en el que él tiene su parte. En efecto, bebe lo que ellos le dieron a beber: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos9. Pregúntale, sin embargo, si resucitó de entre los muertos; lo negará, se reirá y te acusará. Somos diferentes.

Creemos, pues, que Cristo, nacido de la estirpe de David según la carne, resucitó de entre los muertos. ¿Desconocieron, acaso, los demonios esto o no creyeron lo que incluso vieron? Aun antes de la resurrección gritaban y decían: Sabemos quién eres, el Hijo de Dios10. Creyendo en la resurrección de Cristo, nos distinguíamos de los paganos; distingámonos, si algo podemos, de los demonios. ¿Qué dijeron, os suplico, qué dijeron los demonios? Sabemos quién eres, el Hijo de Dios. Y escucharon: Callad11. ¿No es lo mismo que dijo Pedro cuando Jesús les preguntó: Quién dice la gente que soy?12 Después de escuchar lo que opinaban las gentes de fuera, volvió a interrogarles, diciendo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?13 Respondió Pedro: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo14. Lo que dijeron los demonios, lo dijo Pedro; los espíritus malignos dijeron lo mismo que dijo el Apóstol. Pero los demonios escuchan: Callad; Pedro, en cambio: Dichoso eres15. Distínganos a nosotros lo que los distinguía a ellos. ¿Qué movía a los demonios a gritar esas palabras? El temor. ¿Y a Pedro? El amor. Elegid y amad. Lo que distingue a los cristianos de los demonios es también la fe, pero no una fe cualquiera. Dice, en efecto, el apóstol Santiago: Tú crees... Lo que voy a decir se halla en la carta del apóstol Santiago: Tú crees que hay un solo Dios, y haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan16. Esto lo ha dicho quien escribió en la misma carta: Si uno tiene fe, pero no tiene obras, ¿puede, acaso, salvarle la fe?17 Y el apóstol Pablo, marcando las diferencias, dice: Ni la circuncisión ni el prepucio valen algo; sólo la fe que obra por la caridad18. Hemos discernido, hemos distinguido una y otra fe; mejor, hemos encontrado, leído y aprendido la fe que nos diferencia.

Como nos distinguimos en la fe, distingámonos de igual manera por nuestras costumbres y por nuestras obras, inflamándonos de la caridad de que carecían los demonios. La caridad es el fuego que hacía arder a aquellos dos discípulos por el camino. Después de reconocer a Cristo y, habiendo desaparecido él de su presencia, se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en el camino mientras nos explicaba las Escrituras?19 Arded, pero no con el fuego que ha de quemar a los demonios. Arded con el fuego de la caridad para distinguiros de los demonios. Este ardor os arrastra a lo alto, os lleva hacia arriba, os levanta al cielo. Por muchas molestias que hayáis sufrido en la tierra, por mucho que el enemigo oprima y hunda el corazón cristiano, el ardor de la caridad se dirige a las alturas. Pongamos una comparación. Si tienes una antorcha encendida, ponla derecha: la llama se dirige hacia el cielo; inclínala hacia abajo: la llama sube en dirección al cielo; inviértela totalmente: ¿acaso se queda la llama en la tierra? Sea cual sea la dirección que tome la antorcha, la llama no conoce más que una: tiende hacia el cielo. Dejaos enfervorizar por el Espíritu y arded en el fuego de la caridad; que vuestro fervor se traduzca en alabanzas a Dios y en inmejorables costumbres. Un cristiano es ardiente, otro frío: que el ardiente encienda al frío y el que arde poco desee arder más y suplique ayuda. El Señor está dispuesto a concederla; nosotros, con el corazón dilatado, deseemos recibirla. Vueltos al Señor, etc. (Traducción Pío de Luis, OSA)

Queridos amigos, también hoy el Resucitado entra en nuestras casas y en nuestros corazones, aunque a veces las puertas están cerradas. Entra donando alegría y paz, vida y esperanza, dones que necesitamos para nuestro renacimiento humano y espiritual. Sólo él puede correr aquellas piedras sepulcrales que el hombre a menudo pone sobre sus propios sentimientos, sobre sus propias relaciones, sobre sus propios comportamientos; piedras que sellan la muerte: divisiones, enemistades, rencores, envidias, desconfianzas, indiferencias. Sólo él, el Viviente, puede dar sentido a la existencia y hacer que reemprenda su camino el que está cansado y triste, el desconfiado y el que no tiene esperanza. Es lo que experimentaron los dos discípulos que el día de Pascua iban de camino desde Jerusalén hacia Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Hablan de Jesús, pero su «rostro triste» (cf. v. 17) expresa sus esperanzas defraudadas, su incertidumbre y su melancolía. Habían dejado su aldea para seguir a Jesús con sus amigos, y habían descubierto una nueva realidad, en la que el perdón y el amor ya no eran sólo palabras, sino que tocaban concretamente la existencia. Jesús de Nazaret lo había hecho todo nuevo, había transformado su vida. Pero ahora estaba muerto y parecía que todo había acabado.

Sin embargo, de improviso, ya no son dos, sino tres las personas que caminan. Jesús se une a los dos discípulos y camina con ellos, pero son incapaces de reconocerlo. Ciertamente, han escuchado las voces sobre la resurrección; de hecho le refieren: «Algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo» (vv. 22-23). Y todo eso no había bastado para convencerlos, pues «a él no lo vieron» (v. 24). Entonces Jesús, con paciencia, «comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras» (v. 27). El Resucitado explica a los discípulos la Sagrada Escritura, ofreciendo su clave de lectura fundamental, es decir, él mismo y su Misterio pascual: de él dan testimonio las Escrituras (cf. Jn 5, 39-47). El sentido de todo, de la Ley, de los Profetas y de los Salmos, repentinamente se abre y resulta claro a sus ojos. Jesús había abierto su mente a la inteligencia de las Escrituras (cf. Lc 24, 45).

Mientras tanto, habían llegado a la aldea, probablemente a la casa de uno de los dos. El forastero viandante «simula que va a seguir caminando» (v. 28), pero luego se queda porque se lo piden con insistencia: «Quédate con nosotros» (v. 29). También nosotros debemos decir al Señor, siempre de nuevo, con insistencia: «Quédate con nosotros». «Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando» (v. 30). La alusión a los gestos realizados por Jesús en la última Cena es evidente. «A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (v. 31). La presencia de Jesús, primero con las palabras y luego con el gesto de partir el pan, permite a los discípulos reconocerlo, y pueden sentir de modo nuevo lo que habían experimentado al caminar con él: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (v. 32). Este episodio nos indica dos «lugares» privilegiados en los que podemos encontrar al Resucitado que transforma nuestra vida: la escucha de la Palabra, en comunión con Cristo, y el partir el Pan; dos «lugares» profundamente unidos entre sí porque «Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico» (Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 54-55).

Después de este encuentro, los dos discípulos «se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”» (vv. 33-34). En Jerusalén escuchan la noticia de la resurrección de Jesús y, a su vez, cuentan su propia experiencia, inflamada de amor al Resucitado, que les abrió el corazón a una alegría incontenible. Como dice san Pedro, «mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, fueron regenerados para una esperanza viva» (cf. 1 P 1, 3). De hecho, renace en ellos el entusiasmo de la fe, el amor a la comunidad, la necesidad de comunicar la buena nueva. El Maestro ha resucitado y con él toda la vida resurge; testimoniar este acontecimiento se convierte para ellos en una necesidad ineludible.

Queridos amigos, que el Tiempo pascual sea para todos nosotros la ocasión propicia para redescubrir con alegría y entusiasmo las fuentes de la fe, la presencia del Resucitado entre nosotros. Se trata de realizar el mismo itinerario que Jesús hizo seguir a los dos discípulos de Emaús, a través del redescubrimiento de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, es decir, caminar con el Señor y dejarse abrir los ojos al verdadero sentido de la Escritura y a su presencia al partir el pan. El culmen de este camino, entonces como hoy, es la Comunión eucarística: en la Comunión Jesús nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre, para estar presente en nuestra vida, para renovarnos, animados por el poder del Espíritu Santo.

En conclusión, la experiencia de los discípulos nos invita a reflexionar sobre el sentido de la Pascua para nosotros. Dejémonos encontrar por Jesús resucitado. Él, vivo y verdadero, siempre está presente en medio de nosotros; camina con nosotros para guiar nuestra vida, para abrirnos los ojos. Confiemos en el Resucitado, que tiene el poder de dar la vida, de hacernos renacer como hijos de Dios, capaces de creer y de amar. La fe en él transforma nuestra vida: la libra del miedo, le da una firme esperanza, la hace animada por lo que da pleno sentido a la existencia, el amor de Dios. Gracias. (Benedicto XVI, Audiencia general, Plaza de San Pedro , Miércoles 11 de abril de 2012).

Hora Sexta

Invocación inicial

÷ Dios mío, ven en mi auxilio.

ð Señor, date prisa en socorrerme.

÷ Gloria al Padre, y al Hijo, * y al Espíritu Santo.

ð Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Venid, siervos y aclamad

el nombre santo de Dios

con un canto de súplica y alabanza,

que salga de los labios y el corazón.

Porque ésta es la hora

en la que, por medio de una sentencia humana,

el que es juez de los siglos,

se entregó a una injusta condena.

Así, ahora, sintiendo el debido temor,

pero movidos también por el amor que él se merece,

y a fin de conseguir que nos defienda

contra los ataques de nuestro cruel enemigo,

imploremos el auxilio

del Señor, Dios uno y trino,

del Padre, del Hijo, que es nuestro Rey,

y del Espíritu Santo. Amén.

 

Salmodia

Ant.- Aleluya, * aleluya, aleluya.

Salmo 122

A ti levanto mis ojos, * a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos * fijos en las manos de sus señores,

como están los ojos de la esclava * fijos en las manos de su señora,

así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, * esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia, * que estamos saciados de desprecios;

nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos,* del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre, y al Hijo, * y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.- Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 123

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte * -que lo diga Israel-,

si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, * cuando nos asaltaban los hombres,

nos habrían tragado vivos: * tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas, * llegándonos el torrente hasta el cuello;

nos habrían llegado hasta el cuello * las aguas espumantes.

Bendito el Señor, * que no nos entregó en presa a sus dientes;

hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador: * la trampa se rompió y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor, * que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, * y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.- Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 124

Los que confían en el Señor son como el monte Sion: * no tiembla, está asentado para siempre.

Jerusalén está rodeada de montañas, * y el Señor rodea a su pueblo ahora y por siempre.

No pesará el cetro de los malvados sobre el lote de los justos, * no sea que los justos extiendan su mano a la maldad.

Señor, concede bienes a los buenos, * a los sinceros de corazón;

y a los que se desvían por sendas tortuosas, † que los rechace el Señor con los malhechores. * ¡Paz a Israel!

Gloria al Padre, y al Hijo, * y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.- Aleluya, aleluya, aleluya.

Lectura Breve  Col 2,9.10a.12

En Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y por él habéis obtenido vuestra plenitud. Por el bautismo fuisteis sepultados con él, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos.

÷ Éste es el día en que actuó el Señor. Aleluya.

ð Sea nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

 

Oración

Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron. Por nuestro Señor Jesucristo.

 

Conclusión

÷ Bendigamos al Señor.

ð Demos gracias a Dios.

÷ El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

ð Amén.

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¿Cómo participar?

El día señalado para el retiro se facilitarán los videos para la reflexión y diverso material a través de la web del monasterio. Habrá también la posibilidad de conectarse en directo vía Zoom para interactuar. 

Para recibir la contraseña de Zoom, necesitará suscribirse a nuestro Formulario, si es que no la ha hecho ya, y deberá remitirse por lo menos con 24 horas de antelación.

Enlace y contraseña se enviarán con un recordatorio poco antes del evento. Cada evento está limitado a 100 personas, así que regístrese pronto para asegurarse una plaza.

Tal vez prefiere seguir estas reflexiones a solas o en un momento más conveniente para usted.

Hemos diseñado este retiro con todo lo esencial -vídeos y material de reflexión- disponible en línea para hacerlo posible.

Costes

Retiros en el Camino no tiene coste alguno; están abiertos a todo el que quiera participar. Pero, si lo desea, puede enviar un donativo que contribuya a mantener el proyecto y ayudar a nuestra comunidad en su vida monástica y en su misión

DONATIVO

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