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VUELTA A CASA

30 AGOSTO

Jeremías Schröder

Abad presidente

A la prehistoria europea pertenece el relato de la Ilíada –la vuelta de Ulises a su patria. Ulises estuvo de viaje muchos años, reiteradamente retenido por dioses desfavorables, hasta que por fin llegó de nuevo a su patria. Penélope y algunos más confiaban en su retorno, pero muchos imaginaban que nunca volvería. Hay escenas conmovedoras de reencuentro y reconocimiento, así como la sangrienta masacre de los pretendientes de Penélope en la sala del banquete. Es algo muy fuerte.

La otra gran historia de regreso a casa es la parábola bíblica del hijo pródigo. Tenemos al padre que se alegra y al hijo mayor que, dicho con cautela, no está especialmente contento. Aprendemos sobre todo del Padre. Ha esperado largamente, ansiando el retorno del hijo. Y cuando aún estaba lejos, su padre lo vio. Se diría incluso que el anciano estaba buscando a su hijo. En la bendición del peregrino, según es impartida todas las tardes por los monjes de Rabanal,  se vaticina el regreso al hogar, un hogar que «se duele de su ausencia», la ausencia del peregrino. Esto me ha conmovido siempre de forma especial y deseo a todos los peregrinos que, adondequiera que regresen, se haya anhelado su presencia.

El Camino Online ha sido un maravilloso viaje por el mundo. Soy uno de los pocos que ha visitado personalmente cada una de las estaciones de este peregrinaje virtual que se han ido presentando aquí en el curso de las últimas semanas. Que sea así forma parte de mi obligación y mi solicitud por nuestros monasterios. Algunos me envidian por ello, otros se compadecen un poco de mí porque entienden que mi vida es muy inestable. Hay algo de verdad en ello. Es un gran consuelo para mí, sin embargo, que se me consienta visitar estos monasterios reiteradamente –algunos incluso varias veces al año. Si tengo suerte, ocupo la misma habitación con la misma cama cada vez y soy recibido con una sencillez fraternal que me permite formar parte de la comunidad durante mi estancia, sea por pocos días o por una semana. Dondequiera que esto ocurra, me siento en casa durante el viaje y la visita es que como una breve vuelta a casa. Ayuda mucho a mi alma.

En alemán, la palabra “Heimat” tiene muchas resonancias: raíces, origen, relación, filiación. También encaja bien con los Benedictinos que hacen voto de estabilidad, lo que significa un vínculo con el propio hogar. Pero el Evangelio nos exige incluso más: partir, dejar el hogar y soltar es un asunto importante. Un peregrinaje es el cumplimiento de esta intuición que nos dice que hay un destino para cada uno de nosotros más allá de nuestro lugar de origen. El Evangelio relativiza este amor por el hogar excesivamente sentimental. Alcuino de Tours (+804) lo expresó con humor anglosajón. Deseaba confortar a un obispo que, por razones políticas, debía pasar su retiro en el exilio. Si el lugar donde vivimos fuese tan importante, los ángeles no habrían tenido razón para enemistarse con Dios.   

Durante este periodo Covid he advertido algo más sobre el regreso a casa. La casa es el lugar donde no necesito una máscara. Esto es verdad con respecto a los virus, pero también es verdad de otro modo: la gente me conoce y puede apreciarme. La buena impresión, la “bella figura”, que me gusta causar fuera de casa, no necesito causarla en casa. Además, ya me han calado. Esto puede resultar desalentador, especialmente si le quieres dar un vuelco a tu vida. Pero es también una oportunidad de abordar la vuelta a casa con honestidad y sin hipocresía. Sin máscaras. 

Hermanos monásticos que regresan a la casa de sus padres después del primer periodo de formación, con frecuencia tienen la impresión de que todo en casa se ha tornado más pequeño. Así te sucederá a ti también cuando regreses de un gran peregrinaje. Has visto tanto, experimentado tanto –el corazón tiene que crecer. La tentación entonces es tener en poca consideración a los mayores o a los que se han quedado en casa. El paradójico fruto espiritual del peregrinaje sería reconocer una vez más con un corazón ensanchado algo nuevo y digno de ser amado en la propia tierra natal. Este pensamiento me hace pensar en un lema que el papa Francisco ha citado en varias ocasiones. Procede de una inscripción conmemorativa de San Ignacio y fue utilizada por el poeta alemán Hölderlin: 

Non coerceri maximo,

contineri minimo,

divinum est.

Cosa divina es no estar ceñido por lo más grande y, sin embargo, estar contenido entero en lo más pequeño.

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