KENIA
MONASTERIO BENEDICTINO
PRINCIPE DE LA PAZ
El Monasterio Benedictino Príncipe de la Paz, Tigoni, bajo el amparo de la Congregación de Santa Otilia, está situado en Kenia en las regiones montañosas del Limuru, a unos 24 kilómetros al oeste de la ciudad de Nairobi, en la archidiócesis de Nairobi. El monasterio tiene 52 monjes en total.
Tenemos otras tres casas dependientes que pertenecen a la casa principal, a saber, Nairobi (Ruaraka); Nanyuki, al pie del monte Kenia; Illeret, en la frontera de Etiopía y Kenia; y una parroquia en la diócesis del Eldoret, en el valle del Rift. Las otras tres casas participan activamente en el trabajo pastoral con los laicos. En Nairobi tenemos una parroquia que atiende fundamentalmente a la gente del asentamiento de Mathare, de la cual el 70% depende de trabajos manuales que hacen por la ciudad. En Nayuki tenemos un centro de peregrinos llamado “La Biblia africana sobre el terreno”, inspirado en el sínodo africano sobre la inculturación. Y en Illeret nos dedicamos fundamentalmente a la civilización y evangelización primaria de la zona.
Estos tiempos difíciles a causa del coronavirus también han sido en realidad una ocasión de aprendizaje: cómo vivir en torno a esta gente en tiempos así. Nos buscan para su sustento porque no tienen ningún otro lugar adónde ir, pero nosotros también estamos bregando a nuestra manera. No obstante, en la medida de nuestras ínfimas posibilidades, les ayudamos en lo posible, gracias a las personas de buena voluntad a nivel local e internacional. Hasta ahora estamos haciendo todo lo que podemos.
También nuestros proyectos, fuente de empleo para los lugareños, fueron suspendidos y tuvimos que despedirlos para que encontrasen cualquier modo posible de subsistencia, lo que para ellos no es fácil.
Este problema ha derivado en otros problemas. Algunos están recurriendo a actividades delictivas, como robar a personas a las que piensan que todavía les queda algo. Esto hace que la comunidad sea muy insegura.
El hecho de que las escuelas también estén cerradas ha ocasionado muchas dificultades en las familias, como los embarazos de chicas adolescentes, el abuso de drogas y los robos, que se han descontrolado.
Confiamos en que la situación cambie pronto y que la gente pueda volver a la normalidad, si Dios quiere.
REFLEXIÓN
23 AGOSTO
Llegué!
Patricia A.
“He llegado” es el título de la ‘parada’ de hoy en este Camino Online. A mi mente vinieron las siguientes reflexiones:
Al principio, el título me hizo pensar en la llegada a Santiago de Compostela en 2002. La catedral (y, más concretamente, la tumba de Santiago en el interior de la catedral) marca la ‘meta’ o el destino (o punto de llegada) para la mayoría de cuantos se embarcan en el Camino de Santiago. Del mismo modo marcó el final de mi mes de peregrinación a pie por España. Recuerdo sentimientos de anticipación, entusiasmo y logro cuando vislumbré la ciudad por vez primera en aquella última caminata de buena mañana del Camino. También rememoro sentimientos de gratitud, asombro, alegría y paz, así como la creciente sensación de necesitar ‘digerir’ la experiencia en su conjunto con sus múltiples facetas (principalmente físicas, mentales, emocionales y espirituales). Una parte de mí no quería que terminase el ritmo diario del Camino, así que caminé unos días más hasta Finisterre. Allí, tras la estela de innumerables peregrinos antes de mí, contemplé cómo el sol se ponía sobre la vasta inmensidad del océano Atlántico, disfrutando de su fulgor, saboreando el término de mi viaje. Mi mirada en dirección oeste apuntó hacia Nueva York -lugar donde nací, donde vivía a la sazón y adonde supuestamente iba a regresar. Mis pensamientos se trasladaron al futuro. Recuerdo la sensación de estar ‘entre medias’ -entre el final del Camino de Santiago y el regreso a casa, entre mi vida del pre-camino y mis ‘siguientes pasos’ del post-camino. Presentí un cambio que se despertaba en mi interior y experimenté la necesidad de ‘digerir’ (y honrar) mi experiencia del Camino antes de volver a casa. Gracias a la sugerencia de un compañero peregrino, llamé al Monasterio del Monte Irago en Rabanal del Camino. Los monjes me daban la bienvenida para pasar allí unos días de descanso, reflexión y oración.
En el contexto del Covid-19, el título me hizo pensar en mi apresurada salida de Nueva York (donde resido) hace apenas unos meses y mi llegada a la casa de mis padres cerca de Madrid para hacerles compañía durante el confinamiento por Covid-19 en España. No quería que estuviesen solos, en especial a causa de su delicada salud. También me hace pensar en mi llegada hace unos días al Monasterio de Rabanal del Camino, mi primera salida después de cinco meses de confinamiento casi a tiempo completo con mis padres. Como en 2002, al llegar aquí al término de mi periodo de confinamiento, he tenido la sensación de estar ‘entre medias’, en esta ocasión entre mi vida pre-Covid 19 en Nueva York y mi inminente retorno, entre el tiempo precioso pasado con mis padres durante el confinamiento y el hecho de dejarlos, en cada caso con todas las incertidumbres de la “nueva normalidad” Covid-19. Una vez más, el monasterio me acogía para pasar unos días de necesitado descanso, reflexión y oración.
Las llegadas nos traen a un lugar nuevo (físico o espiritual), a uno diferente de aquel en el que estábamos previamente. Las llegadas implican ‘parar’; marcan el final de una experiencia. Suelen acarrear uno o más cambios (del movimiento a la quietud) o un cambio en el foco de atención o de perspectiva. Pueden ser gozosos y festivos, o no. El dicho, “Está donde están tus pies”, me viene a la mente. Las llegadas contienen una invitación implícita a estar plenamente presente, a estar presente ante las personas que encontramos (a través de la escucha o las interacciones), ante nosotros mismos (a través del descanso y la reflexión) y ante Dios (a través de la meditación y la oración). Dado que a las llegadas les siguen típicamente las salidas, son (en cierto modo) momentos ‘entre medias’ -pausas entre dos movimientos. En este sentido, marcan no solo el final de una experiencia sino también el probable comienzo de otra. Así pues, las llegadas pueden ser una oportunidad para descansar y reflexionar sobre lo que acabamos de finalizar -un viaje físico, un objetivo cumplido, una experiencia familiar compartida, el final de un confinamiento, una sanación emocional, un despertar espiritual- de suerte que podemos continuar con renovadas fuerzas físicas e interiores, dirección y confianza frente a las incertidumbres.
En el Camino de Santiago hay un movimiento diario de una localidad a la sucesiva y cada llegada hace posible el descanso de una noche, la reflexión y la preparación para la jornada del día siguiente. En nuestro día a día, hay un movimiento cotidiano desde el comienzo hasta el final de cada nuevo día. Nuestras vidas están repletas de llegadas y salidas, ya sea la nuestra o la de otros en nuestras vidas. Si bien algunas son más significativas que otras, todas las llegadas parecen comportar una dinámica similar y ofrecen una invitación similar a estar plenamente presente a la experiencia vivida, por más dolorosa, gozosa o neutra que pueda ser. Cada momento, quizás especialmente cada llegada, es una invitación a estar presente (atento) al movimiento de Dios en nuestras experiencias diarias, a nosotros mismos y al prójimo. En el curso de incontables llegadas crecemos y cada momento de crecimiento, por más imperceptible que pueda ser al inicio, nos hace avanzar en el camino espiritual y nos equipa mejor para nuestros ‘siguientes pasos’.
Desde esta perspectiva de las llegadas, “he llegado” me hace pensar en las capas cada vez más profundas de una cebolla o en los anillos de crecimiento siempre en expansión de un árbol. Cada capa de la cebolla o cada anillo de crecimiento del árbol representan para mí las muchas ‘llegadas’ en nuestras vidas y a lo largo del viaje espiritual a nuestro interior. En un cierto sentido, nunca ‘llegamos’ dado que estamos siempre llegando y saliendo de nuevo, siempre creciendo y con un crecimiento continuado. De este modo, la vida (crecimiento) es movimiento y, contenidas en el movimiento general, hay oportunidades de ‘parar’ antes de proseguir.
Por último, mientras escribo esto en el monasterio, “he llegado” me hace pensar en la misión del monasterio de recibir y atender a los peregrinos en el Camino a Santiago. La misión tiene sus raíces en la Regla de San Benito (53:1): A todos los huéspedes recíbaseles como a Cristo. Es particularmente reconfortante, y un honor, ser testigo del acercamiento constante del monasterio a los peregrinos que emprenden el Camino de Santiago en estos tiempos, con todos los riesgos y desafíos que comporta el Covid-19. Presenciar su misión es también un recordatorio de que cada llegada -si se aborda desde esta perspectiva- puede experimentarse como sagrada. De nuevo, la llegada a este lugar despierta en mí sentimientos de eterna gratitud hacia esta comunidad de monjes misioneros por el recibimiento, el descanso, la reflexión y la oración que me brinda esta ‘parada’ en mi camino.
Gracias a todos vosotros por poneros en Camino; gracias también por ser parte de este pequeño proyecto; gracias por vuestra oración, por vuestra ayuda y por vuestra compañía
Con tu ayuda contribuirás con bolsas de comida, material sanitario, suministro de agua, kits de limpieza…
HASTA LA SEMANA QUE VIENE!